El primer día que yo llegué al patio del colegio de mi hijo y de mi hija y me vieron con las uñas pintadas, lo primero que me llamó la atención fue la cara de satisfacción de mi hija.
No solo el día anterior había estado jugando con ella pintándome las uñas, sino que encima me había "atrevido" a seguir con ellas pintadas y en salir a la calle de igual manera.
Es decir, desde su punto de vista, el que un hombre adulto llevara las uñas pintadas no era un motivo de vergüenza sino de absoluta normalidad (desde su punto de vista).
Lo segundo fue la mirada de sus amigas. Entre la incredulidad, la extrañeza y la "admiración".
Los niños apenas me hicieron caso.
Y lo cuento por "separado" porque parece que unos y otras tienen diferentes formas de acercarse a un caso como éste, pero recordemos que son las dos caras de la MISMA MONEDA.
Los estereotipos funcionan en ambas direcciones y lo hacen de una forma aparentemente sutil pero tremendamente efectiva.
A las niñas las normalizamos desde bien pequeñas a que eso es lo que se espera de ellas y a los niños les decimos que ni se "acerquen" a cosas tan "extravagantes" como pintarse las uñas.
Nuestra obligación como SOCIEDAD es no permitir que para las niñas sea obligatorio pintarse de mayores las uñas y permitir que si algún niño o adulto lo quiera hacer, que no se le mire de ninguna manera especial.
Eso es lo que consigue derribando esos falsos estereotipos que por todas partes nos quieren imponer.
Quien quiera pintarse las uñas, sea niño o niña (jugando), o adulto, que lo haga.
Eso es libertad.
Lo contrario. Que las niñas se las pinten y los niños no "per se" es la falta de libertad.
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